Batalla de Lircay

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17 de Abril 1830

La Batalla de Lircay tuvo lugar a orillas del río Lircay, cerca de Talca, el 17 de abril de 1830. Marcó el fin del periodo conocido como de Organización de la República y el comienzo de la República Conservadora.

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En 1829 estalló una revolución que enfrentaba a dos facciones que pujaban por imponer sus propios modelos políticos, en su visión de la forma que debía adoptar la naciente nación-estado chilena. Unos eran los liberales, su mirada se dirigía especialmente a Francia, proponiendo un modelo político que garantizaría la mayor cantidad de libertades individuales. La contraparte era representada por los conservadores, cuya mirada se centraba en el pasado colonial, en el sentido de un poder central fuerte y autoritario que fuera capaz de imponer orden.[1]

El detonante se produjo a raíz de los resultados de los comicios para elecciones de congresales, que redundó en la renuncia del Presidente Francisco Antonio Pinto Díaz a su cargo, quien fue sucedido por Francisco Ramón Vicuña Larraín, en julio de 1829.

Desarrollo de los acontecimientos

Ramón Freire
José Joaquín Prieto

Benjamín Viel y Guillermo Tupper propusieron a Ramón Freire el avance sobre Santiago. Este audaz movimiento, que estaba indicado en caso de proseguir José Joaquín Prieto a Chillán, como pensó hacerlo, era un gran error mientras permaneciera al norte del Maule. Sin elementos de movilidad, inferior en caballería, con sus cañones arrastrados por bueyes, sin bagajes, parque ni servicios, el ejército revolucionario tenía fatalmente que ser batido o encerrado donde Prieto lo creyera conveniente.

Ramón Freire, quien tenía cierto sentido común negativo en el terreno militar, lo rechazó de plano. Propuso, entonces, Tupper una sorpresa nocturna, análoga a la que Ordóñez dio a San Martín en 1818. No era fácil intentar el golpe; pero Freire le veía pocas probabilidades' estando tan fresco el recuerdo de Cancha Rayada, y al frente del estado mayor enemigo el coronel Cruz, que había sido uno de los oficiales que se encontraron en la sorpresa. Desechada esta idea, sólo cabía dirigirse a Talca, la única ciudad que había abrazado la causa pipiola, movida por sus rivalidades con San Fernando; completar en ella los preparativos, y librar la batalla en las mejores condiciones posibles. En la noche del 14 de abril al 15 de abril, el ejército revolucionario pasó el Maule por el barco del camino público del sur y ocupó el pueblo antes de mediodía.

José Joaquín Prieto había pedido al gobierno que impidiera el envío de refuerzos a Ramón Freire por la vía de Talcahuano. Diego Portales tomó medidas, pero no podían surtir efecto respecto de las armas y soldados que ya iban en camino. Comprendiéndolo así, el general destacó una parte de su caballería para formar una especie de cordón cerca de Linares, a fin de interceptar las comunicaciones con el sur. Esta circunstancia lo decidió a no atacar a Ramón Freire en la marcha entre el río Maule y Talca.

16 de abril 1830

16 de abril 1830: No teniendo a mano la caballería, no era posible aniquilarlo y la Guerra Civíl de Chile 1829-1830 iba a proseguir. Además, Ramón Freire no podía prolongar su encierro en Talca sin perderse. En la mañana de este día, José Joaquín Prieto y Manuel Bulnes Prieto se reunieron, y a las 4:00 P. M. se situaron en el Monte Baeza, una legua al nororiente de Talca (hoy es llamada La Rastra, a los pies del Country Club[2]). Provocó al enemigo con guerrillas y amagos de la caballería, sin conseguir que se moviera de la ciudad. En la noche dejó un simulacro de ejército en las posiciones del día y se trasladó sigilosamente a Lircay, para prevenir una sorpresa.

A las oraciones se celebró una junta de guerra en Talca. Benjamín Viel, Guillermo Tupper, José Rondizzoni y Elizalde, "en atención a que el enemigo era muy superior en caballería y artillería, resolvieron que las tropas constitucionales permanecieran en los alrededores de la ciudad, donde no podían ser atacados, sino con gran desventaja, por estar rodeada Talca de cerros y zanjas". Se quería obligar a José Joaquín Prieto a volverse a Santiago por falta de recursos y forrajes o a defender la capital contra el avance de Pedro Uriarte, y derrotarle en la marcha de regreso, al vadear un río o al atravesar alguna sección peligrosa del camino.

Ramón Freire, menos inteligente, pero desde algunos aspectos más generales que sus brillantes e ilustrados subalternos, comprendía que esta decisión, que la historia debía calificar más tarde salvadora, era la manera más segura de perderse. Mientras permanecía sitiado en Talca, sin posibilidad alguna de aumentar sus fuerzas, José Joaquín Prieto, dueño de todos los recursos militares del país, concentraría contra él, antes de un mes, 3.000 hombres, en vez de los 2.200 de que disponía en esos momentos. La batalla entrañaba alguna remota posibilidad de triunfo, el encierro era la pérdida infalible. Había desembarcado en Constitución para darse la mano con Benjamín Viel y no para encerrarse en Talca. Pero no se atrevió a contrariar a sus subalternos.

Sin embargo, poco más tarde se produjo un cambio de criterio. José Rondizzoni, quien era el más cuerdo y el más competente de los miembros del triunvirato, se dio cuenta de que el encierro en Talca equivalía al suicidio, y se decidió librar la batalla al día siguiente. Siendo necesario -dice tomar una posición ventajosa, pues ya parecía acercarse el momento del combate, Freire y José Rondizzoni salieron a reconocer el campo, conviniendo en que el ejército ocupase un lugar casi en los suburbios de la ciudad. Creía el último que José Joaquín Prieto, urgido por la necesidad de proteger a Santiago contra el avance del ejército coquimbano de Pedro Uriarte, que suponía poderoso, no vacilada en atacar; y, en este caso, las grandes ventajas tácticas del terreno escogido compensaban, con exceso, la inferioridad en cañones y en caballería.

17 de Abril 1830

Plano de la Batalla de Lircay 1830

17 de Abril 1830: Antes de amanecer, el ejército salía del pueblo, y a las 6.30 A. M., quedaba instalado en las posiciones elegidas, situadas al poniente del cerro de Baeza, donde estaba José Joaquín Prieto el día anterior, al oscurecer. Pronto Ramón Freire y José Rondizzoni se dieron cuenta de que, en vez de tener al enemigo al este, lo tenían en la margen sur del Lircay. Esta circunstancia les permitía utilizar los accidentes que presentaba el terreno más al norte, para reforzar las primeras posiciones; ya las 8 A. M. se corrieron casi medio kilómetro hacia el Lircay. Acomodándose a la nueva situación, tendieron la linea de batalla con frente al nororiente, sacando todo el partido posible a las fosas, ciénagas, lomas y cercas del terreno. El asalto de estas posiciones, a la chilena, o sea la embestida de frente, que empezó en San Carlos (1813) y concluyó en Miraflores (1881), importaba la derrota cierta del atacante, sea que las acometiere desde el norte o desde el este. Pero, en caso de librarse el combate con frente al-este, las nuevas posiciones, lo mismo que las primeras, dejaban entre ellas y los suburbios del pueblo un claro, que permitía cortar de Talca al ejército de Ramón Freire, mediante un movimiento rápido que rebasara su ala sur.

El peligro desaparecía aparentemente en caso de librarse el combate con frente al norte, como parecía que iba a ocurrir. Y decimos aparentemente, porque un ejército superior en número y en elementos de movilidad, como el gobiernista, podía flanquear las posiciones por el oriente y tomar la espalda a un ejército numéricamente inferior, cuyo comando estaba resuelto a mantenerse a la defensiva absoluta. La pérdida del pueblo de Talca, hacia imposible parapetarce en él, carecía de la influencia decisiva que se le ha atribuido en el desenlace de la campaña. En realidad, José Rondizzoni no sacrificó nada al elegir las posiciones defensivas que tomó al poniente del cerro de Baeza, muy superiores a las que ofrecían el suburbio norte del pueblo.

José Joaquín Prieto, informado de que Ramón Freire había salido de Talca para situarse al poniente del cerrillo de Baeza, se movió de la orilla del Lircay en demanda de las posiciones enemigas. El reconocimiento que hizo por el norte lo convenció de que el ataque por ese lado era muy desventajoso. Igual impresión le dejó el tanteo de las posiciones por el este. En vista de esto -dice-, "determiné dirigir las columnas al pueblo, para tomar al enemigo por su flanco", movimiento que iba a ser coronado por el triunfo más completo que registraran nuestros anales militares. Dejó su caballería y algunos cañones frente al enemigo, para impedirle replegarse a Talca, simulando proteger su retirada al sur, y flanqueó con el resto de sus fuerzas las posiciones de Freire y por el llano que se extiende entre el extremo norte de Cancha Rayada y el cerro de Baeza.

Tanto Freire como sus oficiales tomaron esta marcha por retirada; creyeron que el reconocimiento de las posiciones del ejército revolucionario, había desalentado al enemigo. Sin embargo, no se decidieron a seguirlo al sur, deseosos como estaban de marchar contra Santiago. Además este movimiento los obligaba a desfilar bajo el fuego de la artillería y de la infantería, colocadas en la falda del cerro de Baeza, y a detenerse a cada momento para formar cuadros y afrontar las cargas de caballería en el terreno llano que era necesario recorrer.

Todavía, si José Joaquín Prieto daba cara, tendrían que batirse en campo raso, renunciando a las grandes ventajas tácticas de las posiciones de Cancha Rayada. En realidad, estas posiciones eran absolutamente inútiles contra un enemigo maniobrero desde que no había medio humano de obligarle a atacarlas.

Como José Joaquín Prieto siguiera avanzando al sur, Ramón Freire ordenó a Vid que se situara con la caballería en la llanura contigua a sus posiciones, para observar el enemigo. Enseguida, temiendo que se tratara de una estratagema, y que la verdadera intención de Prieto fuera volverse al norte, como parecía indicarlo el hecho de dejar atrás la artillería y la caballería, ordenó a José Rondizzoni que se corriera hacia el oriente y se juntara a Benjamín Viel. El ejército revolucionario quedó así interpuesto entre el de José Joaquín Prieto y el Lircay, si volvía al norte, yen situación de replegarse sobre sus posiciones del extremo norte de Cancha Rayada, si el enemigo respondía a la provocación que importaba este corto avance. Hasta ese momento, a ninguno de los jefes vencidos' que más tarde apodarán a Freire de mentecato, testarudo y aun de imbécil, se le pasó por la imaginación el verdadero objetivo de Prieto.

Creían ya alejada la batalla cuando llamó su atención el hecho de que los artilleros situados al pie del monte Baeza enganchaban las piezas y, azotando las mulas y los caballos, se dirigían hacia el sur poniente a la máxima velocidad que permitía el terreno, protegidos por la caballería y por alguna infantería que los seguían al trote. En el primer momento, todos pensaron que José Joaquín Prieto se dirigía a Concepción, y no a Santiago, como habían creído al principio. Pero antes de veinte minutos, los anteojos permitieron darse cuenta de que su infantería había oblicuado al poniente, y que los soldados penetraban al trote en los extramuros norte de Talca (parte del actual barrio de San Luis, que entonces sólo contenía ranchos o chozas), y que los cañones, dando también el rodeo, tomaban la misma dirección. Momentos más tarde, el jefe gobiernista tendía su línea de bao talla, aprovechando los escasos accidentes naturales del terreno y los edificios y fosos que ofrecían algún reparo.

Ramón Freire, dando cara al sur, aceptó resueltamente la batalla en condiciones tácticas ventajosas para él. La artillería de José Joaquín Prieto, embarazada por las zanjas, salvo dos cañones, no había podido seguir la rápida marcha de la infantería. El pobre rancherío de San Luis no ofrecía a su infantería protección y estaba dominado por la infantería de Freire. Tampoco parecía posible desalojarla de sus posiciones, pues se extendía por delante un espacio despejado de más de una cuadra, que era necesario atravesar a pecho descubierto. Pronto, sin embargo, se impuso sin contrapeso la superioridad del comando táctico de Prieto.

Sacando partido imprevisto a los accidentes del terreno, logró emplazar los once cañones útiles que le quedaban sobre una loma que se extendía a dos cuadras del frente enemigo' defendiéndolos con columnas de infantería ocultas en los cañones inmediatos, mientras amagaba los dos flancos con la infantería y la caballería.

Batida de frente por la artillería y envueltos ambos flancos por la infantería y la caballería, la línea de Freire empezó a vacilar. Quiso restablecer el combate con algunos contraataques. Sin embargo, pronto desistió del propósito y dio orden de replegarse al Lircay, a las mismas posiciones que José Joaquín Prieto había ocupado en la mañana. La alta calidad de su infantería y lo accidentado del terreno, que impedía maniobrar a la caballería y a la artillería enemigas, le permitieron efectuar la retirada con orden y escasas pérdidas.

Mas, al llegar a las posiciones del Lircay, Rondizzoni comprobó que eran mucho más difíciles de defender que las que acababan de abandonar, y que tampoco se ganaba nada para el caso de derrota, pues teniendo el río y los desfiladeros del Lircay a las espaldas, la retirada al norte era imposible. Ramón Freire se limitó a contestar: "Pues, coronel, aquí debemos echar el resto".

Último recurso

Como último recurso, se convino en dar una carga contra la infantería de José Joaquín Prieto que picaba la retaguardia y que aún no estaba protegida por los cañones. Dando de nuevo cara al enemigo, cargó Rondizzoni llevando el Pudeto a la izquierda, formado en columna y sin disparar un tiro. Viel debía proteger el flanco izquierdo contra dos escuadrones gobiernistas que lo amagaban. Cargó el coronel con toda la caballería.

Mas los escuadrones enemigos, por orden de Manuel Bulnes, fingieron huir hasta arrastrarlos lejos de su infantería, y volviendo súbitamente cara, reforzados por un escuadrón de refresco, lo destrozaron en menos de diez minutos. Viel huyó, dejando el campo sembrado de cadáveres, heridos y dispersos, y, en vez de juntarse a su infantería, pasó el Lircay y fue a parar a Coquimbo.

Las columnas, batidas de frente por un fuego mortífero de la infantería enemiga y por varios cañones, que Prieto había hecho avanzar con gran rapidez y amagadas por ambos flancos por la caballería, retrocedieron a las lomas de la ribera sur del río; Rondizzoni, quien recibió dos heridas leves, se retiró del campo de batalla, debiendo a este feliz azar la salvación de su vida.

Ramón Freire, abrumado por el contraste y convencido de que se le asesinaría, dio a la infantería la orden de pasar el Lircay y retirarse hacia el norte; y seguido de Novoa, Prado Montaner y otros civiles y militares, tomó la fuga junto con Viel. Es muy dudoso que el movimiento hubiera podido efectuarse en la mañana antes de dar cara al sur; a la hora que Freire lo dispuso, era materialmente imposible. Bulnes con la rapidez de un relámpago cortó la línea de retirada de la infantería constitucionalista, mientras Prieto y Cruz la cercaban por el frente y los flancos. Los mil infantes y los 50 artilleros resistieron durante dos horas el fuego de los cañones y de los fusiles y las cargas de caballería, exactamente como los restos del Burgos en Maipo.

Lo mismo que en la mañana, se peleaba con rabia, con verdadero furor, por ambos lados. Los soldados de los dos ejércitos se odiaban más que españoles y criollos. Los jefes, oficiales y soldados del Chacabuco, del Concepción y sobre todo del Pudeto, ebrios de ira, preferían morir antes que rendirse a Prieto y su ejército.

Bayoneta en los cadáveres de Tupper y de Bell

Guillermo Tupper

El odio que sus jefes y los políticos les habían inculcado producía sus frutos. Del otro lado, jefes y oficiales veían en Benjamín Viel, Tupper y Rondizzoni los verdaderos responsables de la guerra civil. Queridos y respetados mientras pelearon por la Independencia, ahora se les miraba como intrusos desagradecidos, que correspondían los honores con que el pueblo chileno los había colmado.

La confianza del gobierno pipiolo en su lealtad y las distinciones de que los hizo objeto, habían despertado la emulación. Las clases y los soldados estaban ansiosos de vengar en ellos la cobarde agresión de la 'Thetis" contra el "Aquiles". La consigna de "no dejar gringo vivo" surgió espontáneamente en el ejército gobiernista. Muchos años más tarde, los sobrevivientes de Lircay se jactaban de haber hundido su bayoneta en los cadáveres de Tupper y de Bell.

Repugnante para los que miramos los acontecimientos a través de más un siglo de distancia, esta animosidad era la consecuencia ineludible de la imprudente determinación de Tupper, Benjamín Viel, y Rondizzoni de encabezar dos guerras civiles y de la torpeza inconcebible del capitán Birgham de cañonear el "Aquiles" para complacer al presidente Vicuña.

Elizalde, quien había tomado el mando del ejército después de la fuga de Ramón Freire, murió atravesado por una bala. Joaquín Varela y quince oficiales más cayeron en cortos momentos. El número de muertos y heridos era enorme. A las cuatro de la tarde, los pocos oficiales hábiles formaron columnas e intentaron romper el cerco. Mas, destrozadas las columnas por las embestidas a la bayoneta de la infantería de Prieto, que peleaba con un extraño furor, sólo unos doscientos hombres lograron huir al norte, perseguidos por el Carampangue y dos escuadrones de caballería, que los capturaron antes de la noche. El coronel Guillermo Tupper había peleado a pie, y al buscar su caballo, para retirarse, no lo encontró. El comandante de artillería Gregorio Amunátegui lo tomó en ancas, pero fueron hechos prisioneros. Amunátegui alcanzó a ser salvado por el capitán José Ignacio García. El coronel Guillermo Tupper fue materialmente despedazado a sablazos. Igual suerte corrió el oficial de marina Roberto Bell.

Documentos oficiales

Los documentos oficiales disimularon las bajas del ejército de Ramón Freire. Según los testimonios tradicionales, el número de muertos fluctuó entre 350y 400 y el de los heridos y prisioneros alrededor de 1.000. Unos 180 lograron fugarse al norte con Benjamín Viel, y unos 150 se ocultaron en Talca o en las mismas quebradas del campo de batalla. El parte oficial reconoció 89 bajas gobiernista, pero, según los informes tradicionales, pasaron de 130. Prieto se propuso concluir la guerra civil, aniquilando completamente el ejército de Ramón Freire, y lo logró más que por la superioridad numérica, por su comando táctico impecable, que no tiene precedente ni continuación en nuestra historia militar. Por orden de Ponales, se hizo el silencio sobre esta batalla fratricida, hasta borrar en las hojas de servicio de los militares los que prestaron en la guerra civil, a fin de que el régimen de 1830 surgiera "'de la libre voluntad de los pueblos".

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  • Los partes oficiales disimularon las bajas de ambos bandos tratando de ocultar las altas perdidas, pero los testimonios de los participantes hacen subir a 350 ó 400 el número de muertos en el ejército pipiolo y a alrededor de 1.000 prisioneros. Unos 200 hombres de la infantería lograron huir rompiendo el cerco pero fueron capturados durante la noche. Las bajas de José Joaquín Prieto alcanzaron los 130 muertos.
  • Tras la batalla José Joaquín Prieto pasó a someter las provincias de Coquimbo, Concepción y Chiloé, encontrando mayor resistencia en la primera donde los liberales Pedro Uriarte y Benjamín Viel habían reunido 600 soldados aunque fueron definitivamente vencidos por el general conservador José Santiago Aldunate.

Fuentes y Enlaces de Interés

  • Francisco Antonio Encina & Leopoldo Castedo (2006). Historia de Chile. Formación de la República. Tomo V. Santiago de Chile: Editorial Santiago. ISBN 956-8402-73-X.
  • Biblioteca del Congreso Nacional de Chile.
  • Diego Barros Arana (2000). Historia general de Chile. Tomo IX. Santiago de Chile: Editorial Universitaria, pp. 398 & 400, nota nº 57. ISBN 956-11-1598-0.

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